Llegué a la casa luego de una agotadora jornada laboral. Eran las once de la noche. Las horas extras se volvían una costumbre en la oficina. Al entrar, en la penumbra de mi habitación pude observar a mi esposa durmiendo plácidamente, como un recién nacido que acaba de nutrirse del pecho de su madre.
Ver la tranquilidad con que descansaba mi señora me hizo recorrer por todo el cuerpo una excitación que no me dejaba tranquilo. Yo, rompiéndome el lomo por tratar de sacar adelante a la familia, trabajando hasta casi medianoche para cubrir los gastos de esta casa, que en su gran mayoría eran suyos. ¡Si! Los gastos que ella producía!! Ella como si nada durmiendo. No era capaz de esperarme despierta para preguntarme como me había ido en el día.
– Mi amor, falta dinero para llenar la heladera -. - Hay que pagar las clases de piano de Oscarcito-. Como si fuera idea mía la de meterle al chico al conservatorio. Todos esos reclamos sonaban en mi cabeza como letanía de santos en la misa de gloria de semana santa.
Luego de ponerme el pijama, me senté en la cama, me descalcé y me acosté, el día había sido agitado y necesitaba reparar fuerzas para continuar con los quehaceres cotidianos la mañana siguiente. Mientras miraba el techo, pues el sueño se habría ido de paseo sin avisar a que hora volvería, no pude evitar mirar nuevamente a mi esposa y pensé: -si pudiera estar en su lugar tan solo un día- que bien la pasaría!. No tener que despertarse temprano, ir a la peluquería, ponerme al día con las amigas. Me deleitaría con cuanta telenovela pasaran por la televisión. Al fin y al cabo, soy yo quien paga el cable y tengo el derecho de utilizar, por lo menos una vez, lo que yo pago.
Morfeo termino su paseo y por fin se digno en venir. Los párpados se habían convertido en plomo y ya me fue imposible mantenerlos abiertos. El sueño se había apoderado de mi.
Una inmensa luz se apoderó de repente de toda la habitación. La luz era tan potente que resultaba casi imposible abrir los ojos. Delante de la cama, de donde se originaba dicha luz, se encontraba un hombre parado mirando fijamente hacia nosotros. Observé a mi esposa y se encontraba durmiendo. A esta no la despierta ni un terremoto, pensé.
El hombre continuaba firme frente a mi, era de porte robusto, alto, con el rostro sereno que transmitía tranquilidad. Extrañamente no sentía miedo al observar a aquel extraño parado en mi habitación. Tenía una túnica blanca, tan blanca que se confundía con la luz que había en la habitación.
El extraño de pronto levanta el brazo derecho, apuntando hacia mi y con tono potente y solemne exclama: -Tú! Con que quieres estar en el cuerpo de tu esposa. – Te concederé ese deseo. – Estarás en el cuerpo de tu mujer por 24 horas, y harás todo lo que ella hace, al final del día, sacarás tus propias conclusiones. Pues has deseado ser tu mujer, tu mujer serás. Dicho eso, la luz se desvaneció y junto con ella aquel misterioso hombre.
Los rayos del sol penetraban a raudales por los cristales de la ventana. El reloj-despertador hacía cinco minutos que repetía el mismo y cansino sonido de todas las mañanas. Las siete, un día mas que comienza, una vez mas a la misma rutina de siempre.
Que sueño mas raro el de anoche, pensé mientras iba al baño a darme una ducha que me despierte del todo.
Al levantarme sentí algo extraño en mi cuerpo, es mas, sentí como si mi cuerpo no era mi cuerpo! Rápidamente corrí hasta el espejo del baño para confirmar mis sospechas. Lo de la noche anterior no fue un sueño, realmente ocurrió. Estaba en el cuerpo de mi mujer!!!
Volví nuevamente al dormitorio y observé que mi otro yo, es decir, mi cuerpo ya se había levantado para ir trabajar. Me saludo con el habitual buenos dias, extrañado de verme despierto, o despierta tan temprano. No podía creer lo que estaba sucediendo. Le excitación recorría por mis venas rápidamente como un auto de fórmula uno en plena carrera.
Una vez solo en la casa, caí en la cuenta de lo que había sucedido. Por disfrutaría de los privilegios con que goza mi mujer.
Me vestí y lo primero que reparé fue en lo ajustado de las prendas de mi señora. Como es que pueden caminar teniendo tan justos los pantalones. Me dije: - Ya estas en el baile, ahora te toca bailar.
Cuando estaba a punto de salir a disfrutar de mi “día libre” me di cuenta de la montaña de ropa sucia que espera su turno para entrar en el lavarropas. Me dispuse a hacerle el favor a mi esposa. Que tan difícil puede ser lavar las ropas. Es mas, hasta las voy a planchar, me dije.
El lavado y el planchado me dejaron exhausto, después de todo, dicha tarea no resultó ser tan fácil. Fui a la cocina a prepararme algo para comer, el trabajo me dio mucha hambre. Abrí la heladera y la encontré vacía. Uff… era el día de ir al supermercado a comprar las cosas para la semana.
Como me había mojado al querer hacer de lavandero, tuve que mudarme de ropa. Los zapatos de mi esposa no eran menos de taco diez. – quince pares de zapatos y ninguno bajo como la gente- protestaba a la par que hacía maravillas por intentar mantenerme en pie.
Al terminar de hacer las compras, no pensé que duraría tanto, llegó la hora de ir a buscar a Oscarcito del colegio y llevarlo al conservatorio. Adiós al sándwich de jamón y queso que me quería preparar.
Al terminar los estudios musicales de Oscarcito, volvimos rápidamente a la casa. Los pies me estaban matando en aquel par de zapatos con los que era imposible caminar. Me preguntaba como hacia mi esposa para poder caminar con aquellos zapatos. Definitivamente me quitaba el sombrero frente a ella por tal hazaña.
Ni bien llegamos, me descalcé, me puse manos a la obra y ordené la casa, barrí, repasé, limpie la cocina, colgué las ropas que había lavado, ayudé a Oscarcito a hacer sus tareas y por último prepare la cena.
Llegó la noche y terminé agotado, no me imaginaba que hacer todo ese trabajo te cansaría mucho. Fue entonce cuando recordé las palabras del hombre misterioso. “Harás todo lo que tu mujer hace y luego sacarás tus conclusiones”. He ahí que me di cuenta del valioso trabajo que hace mi mujer, y del porque cada vez que llego ella ya se encuentra dormida.
Me acosté en la cama para dormir esperando que amanezca lo mas rápido posible. Estaba deseoso de volver a mi cuerpo. Aprendí la lección. Nunca volveré a subestimar a mi esposa y reparar en las cosas que hace.
Cuando estaba a punto de cerrar los ojos llega mi marido, es decir, llego yo, o mejor dicho, llega mi cuerpo. Llega mas romántico que nunca que no me da tiempo en decirle lo cansado o cansada que estaba y del terrible dolor de cabeza que me había dado tanto trabajo. Como mujer y esposa, en esta caso, tuve que cumplirle. Una vez terminado nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente desperté con la esperanza de volver a estar en mi cuerpo. Que susto me dio cuando al abrir los ojos todavía estaba en el cuerpo de mi mujer y encontré nuevamente a aquel misterioso hombre que me concedió el deseo.
Le reclamé del porqué no había recuperado mi cuerpo siendo que estaría fuera de él 24 horas. Me contestó que la noche anterior, en el momento de pasión que tuvimos como pareja, había quedado en estado y que debía de esperar 9 meses para volver a mi cuerpo.
En ese instante pego un grito al cielo, y me despierto, encuentro a mi mujer dormida a mi lado. Había tenido una horrible pesadilla.
FIN.